jueves, 1 de septiembre de 2011

Entrevista a Raúl Barboza


El arte de la sabiduría

Lo único mejor que nosotros es la vida misma


¿Cuáles son sus primeros recuerdos en su relación con la música?

Recuerdo a mi papá trayendo un acordeón chiquito, de dos hileras. Tengo una memoria de hechos correlativos; recuerdo a mi padre haciendo un churrasco debajo de un árbol, y él enseñándome… Mi padre Adolfo era guitarrista. Recuerdo mi primer acordeón cromático, que lo tuve cuando tenía 15 años.

Pero el primer acordeón fue el del vasco; ¿Cómo fue esa historia?

Ese vasco vivía a 200 metros de casa y tenía un pequeño tambo, dos vaquitas. El salía a dar la vuelta por el barrio con su vaquita y las señoras venían con sus recipientes para llenarlo con la leche que él ordeñaba. Ese vasco tenía un acordeón, que mi papá apuntó. No sé la transacción comercial que hicieron, lo cierto es que vino con el acordeón. También recuerdo haber ido a la ferretería, que era de un español, para comprar cinta aisladora negra para tapar los agujeritos que le habían hecho las polillas, seguramente. Ese fue mi primer instrumento.

¿Por qué cree que su padre eligió el acordeón para usted?

Teniendo en cuenta que mi padre era músico, yo también lo soy. Conozco a muchos hombres que tienen hijos que también son músicos como ellos, a veces no. Mi padre nunca me impuso nada, al contrario. Mi padre era un gran filósofo, él me apoyaba en lo que yo decidiese o quisiera hacer. Nunca me dijo que debía estudiar para ser un doctor, ni que debía trabajar para ayudarlo. Por eso aprendía de mi padre a dar, más que cualquier otra cosa.

¿Y su madre?

Mi madre era también igual, tenía una gran formación, una gran educación. Ella me dio una formación desde el respeto, de una especie de disciplina. Saber, tener en la cabeza, el respeto a la vida en todos sus sentidos y formas. Desde el más chiquito de los insectos, pasando por todos los animales, por todos los seres humanos cualquiera fuera su edad. El respeto al hombre, a la mujer, a la niñez, a las lenguas, al color de la piel, a las músicas. No hay música mejor que otra, no hay nada mejor que nada. Lo único mejor que nosotros es la vida misma. Hay músicas interpretadas con mayor destreza que otras, pero la música es lo que es. Es el reflejo del espíritu.

Un idioma que une…
                                                  
Claro es un idioma. Eso uno lo comprende. Cuando uno es joven quiere estudiar las notas, estudiar las escalas, tratar de impresionar: a la novia, a la mamá, al colega, como diciéndole: “Mira lo que se hacer, y vos no sabes”. Medio en broma algunos, medio en serio otros. Con los años uno se da cuenta que la música es un idioma que habla sin decir palabras, utiliza las vibraciones. Cada música, cada sonido tiene un color, vibra. ¿Y a dónde llega? Llega a la vibración de nuestro espíritu. Nosotros somos vibración. El día que dejemos de vibrar estamos muertos. Entonces si nosotros podemos enviar amor, tranquilidad a la gente que ha venido a ver, que se ha preparado. No de hace 10 minutos, (hablo de todos los artistas en todas partes del mundo), han visto la promoción de un artista que les gusta. Se preparan: “Vamos a ir juntos”. “Voy a ir solo”. Y vienen. Esperan que el artista salga. Entonces el artista es mucho más que el hombre que va a salir a tocar un instrumento, es quien esta exponiendo todo lo que aprendió a lo largo de su vida, todo lo que recogió de sus andanzas.

La curiosidad de un oidista

¿Cómo cree que se desarrolló en usted su curiosidad en ese camino de la vida, más allá de las influencias que ha tenido?

He conocido gente que desde muy chico ha dicho: “Yo quiero ser cocinero”. Entonces van y estudian, algunos van a estudiar a Tokio, otros van a París o a Estados Unidos. Otros dicen: “Yo quiero ser militar”. Y van a las academias.  Otros quieren ser músicos. A veces el padre del músico no tiene la posibilidad de mandarlo a una academia, entonces si tiene ganas va a aprender. Es ahí adonde esta la curiosidad, el oidista… Yo soy músico oidista, nunca estudié música. Mejor dicho, nunca estudié el instrumento en una academia. Aprendí sólo.
Todos los instrumentos que tocó: el acordeón diatónico, el acordeón cromático o la guitarra. Aprendí solo a hablar francés, portugués. Evidentemente no hablo a la perfección propia de quien ha estudiado, pero seguro que se adonde tengo que llegar.
¿Por qué soy curioso de algo? Porque ese algo me gusta, forma parte de mi vida. Yo no elegí ser músico.

Quizás la música lo eligió a usted…

Hay personas que dicen eso y estoy de acuerdo. Nosotros somos parte de la vida. La vida es un misterio que algunos científicos desean dilucidar, van descubriendo cositas, átomos, pequeños átomos de un enorme universo. Nosotros somos un misterio y todo lo que el hombre hace en beneficio de su propia comodidad, no devela el misterio. Simplemente es la habilidad del hombre para progresar. A veces hay progresos que son más para involucionar, que para evolucionar.
Yo soy músico. Trato de llegar a la gente lo mejor que puedo. Trató de tocar las notas con mucho sentimiento. Trato de que cada música sea como sentarse en un fogón y escuchar el relato del sabio viejo que cuenta sus historias. Yo no soy sabio, soy medio viejo y cuento mis historias a través del acordeón, través de la música, al lado de mis compañeros.
En este caso Roy Valenzuela, que toca el bajo. Nardo González que toca la guitarra. Y esta noche tenemos la compañía de una joven colega, una señorita que toca el acordeón, que tiene entusiasmo, que ama al instrumento y estudia. Hoy se encuentra en éste recinto y vamos a compartir la noche. No quiero que ella piense que esta con nosotros porque somos importantes, frente a la vida todos tenemos la misma importancia. Entonces toda nuestra experiencia, en comparación con su juventud, sirve para que ella se sienta lo más tranquila posible. Ella se llama Rocío, y estoy muy feliz de poder contribuir, junto con mis compañeros, para que podamos ser un sostén más de  su futuro musical. 





 La memoria de la flor

¿Cómo ve su conexión con el chamamé, con la música nativa, a partir de su particular forma de tocar?

Soy un hombre que va evolucionando a lo largo del tiempo, nunca me quedo en el pasado. El pasado forma parte de mi presente. Mi presente es la referencia de mi pasado. El día que desaparece una flor no la vemos más con nuestros ojos, pero queda el recuerdo y en la memoria el perfume, la fragancia de esa flor y no la olvidamos más. Tengo en mi memoria… la música me habita, así como nos habita la fragancia de las flores, el canto de los pájaros, como nos habita el olor del río, el olor del mar, de las ostras, como nos habitan los sonidos. La música me habita. Tengo una relación con la música, y de todas las músicas yo elegí un ritmo. Yo no lo elegí… es el que más conozco, me gusta y amo el chamamé. Pero ¿Cómo no amar la chacarera?; ¿Cómo no amar el tango, las milongas, las músicas del Brasil o de Bolivia, del hombre del desierto del Sahara, con su violín de una sola cuerda o del wichi con su violín de lata y también de una sola cuerda?
Cada ser humano refleja a través del instrumento y dice cosas, que a veces, con el lenguaje no lo puede expresar. Entonces, cuando hay un hombre que expresa su arte no me fijo en su ropa, ni en el recinto que toca; simplemente abro mi espíritu, mi corazón y trato de emocionarme con sus emociones.

¿Cómo descubrió usted su mejor versión? ¿A través de los otros, de uno y sus deseos, sus progresos?

Recuerdo que mi madre una vez me dijo: “… la relación con los demás”. El punto más pequeño es la iniciación de escribir una historia. Para escribir una historia uno parte de un punto, el punto del inicio de la primera letra; hasta que otro punto te da la sensación de finalizar. La relación del arte, con el papel, con la escritura, con la forma, con la idea. En todas las sociedades es exactamente lo mismo: respetar. Las formas de pensamiento de las sociedades que nos reciben.
Otra vez mi madre me dijo: “Raulito, cuando estés en una reunión y veas que estén todas las sillas colocadas para escuchar a alguien: nunca te sientes en la primera fila. Porque puede venir alguien y decir: ´Señor, este no es su lugar`. Entonces si ese no es tu lugar, te mandan para atrás. Mejor es que te sientes siempre detrás, en la última fila. Porque también puede venir otra persona y decirte: ´Señor, éste no es su lugar. Su lugar esta adelante`. Es preferible que sea siempre así, es preferible no mostrarse. Porque la gente que te quiere ver, te va a ver aunque no te muestres. Y por más que vos te muestres, si la gente no te ama no te va a ver, y si te ve, no te va a querer. Nunca te muestres, nunca pidas: tenes que dar”. Eso me decía mi padre: “Raúl: nunca pidas, ni aunque necesites, no se pide; se recibe y se da.”

Cuenta la historia que un día el acordeón de Raúl dijo basta. A veces sucede así, como con tantas cosas que tienen su fin. En aquella época, el músico correntino no tenía los medios para comprarse otro instrumento. Entonces apareció un señor – que le pidió a Barboza no develar nunca su identidad – que deseaba regalarle un acordeón. Ante el rechazo inicial de la propuesta, aquel millonario misterioso le enseñó a Barboza la “humildad del saber aceptar”.  Entonces fue en París, que casi sin querer elegir, con modestia, Barboza eligió un acordeón Piermaría extracompacto, aquel que aún hoy lo sigue acompañando…

Y si…Muchas de las cosas que tengo no son cosas compradas, son cosas recibidas por la vida. Otra vida me lo dio: un acordeón; un viaje; la idea de una música; un ruido; el canto de una paloma; el pájaro campana; el mirlo de las 4 de la mañana en París; los corochiré de la laguna del Iberá al atardecer en Corrientes; o el ruido estruendoso de las cataratas cargadas en Misiones; o ese silencio misterioso del desierto del Sahara; los -30 grados bajo cero en Canadá o en la estepa rusa por donde viaje; el silencio inconmensurable, pesado y ligero a la vez, de los templos del Buda en Tokio o en Kyoto donde tantas cosas aprendí. Todo eso lo reflejo en el acordeón.
No quiero que nadie se vaya de este teatro diciendo: “¡Que bárbaro como toca ese tipo!”. Eso no tiene ningún valor. Lo importante es que una persona pueda decir de cualquier músico: “Su música me llenó el alma de alegría y de magia”. Entonces el músico ha cumplido con su obra, lo otro es simplemente una manera de mostrarse humanamente y de manera mezquina.

En ese andar recorrido, ¿qué músicos ha tenido como referencia, tanto en lo musical como en lo personal?

Carlos García; Horacio Salgán, con quien anduve por Japón tres meses; Ernesto Montiel; Cocomarola; Oscar Peterson; Carlos Gardel; Pavarotti; Fedor Shaliapin, el bajo ruso.

Piazzola y las pesadas puertas del arte en Europa. Para tocar chamamé hay que nacer Barboza…

Piazzolla…

Piazzolla que fue mi maestro espiritual…

¿Cómo fue la recomendación de Piazzolla hacia su persona a través de los medios franceses? ¿Cómo se entero usted?

Cuando me ofrecieron tocar en una sala en París, no era conocido. Me había ido a un mundo totalmente desconocido, la única gente de la Argentina que conocían eran Gardel, Piazzolla, el tango y Maradona. Esta bien que se hable de Argentina a partir de alguien, de un ser concreto. Pero yo no era conocido porque nunca había andado por ahí y mi música nunca se había tocado por allí, ni siquiera por otros artistas antes.
Entonces empecé de cero. A la misma edad en que la gente se jubila, empecé nuevamente de la misma manera, como cuando comencé a lado de mi padre cuando tenía 9 años. Nada más que yo tenía casi 50 y estaba solo.
Pero eso no me dio miedo, para nada. Tal vez soy un aventurero inconsciente, es posible. Con que ganas hice todo eso! También digo que todo eso que hice, lo hice a ojos de otros; soy yo el que lo hice. Soy el que sube al escenario, toco el acordeón, el que piensa los temas, hace los arreglos; soy en apariencia…
De mi madre y de mi padre aprendí a caminar derecho, a hablar despacio, a no hacer ruido para caminar, a no molestar el silencio de los espíritus, del gato que duerme, a caminar como un enorme animal al que se no lo escucha, como el elefante en el monte, estar alerta como el gato y tener el olfato del perro, para poder sobrevivir en nuestra sociedad.
Así que comencé de cero en Francia. Una muchacha francesa, Martine de la Place, me dice: “Raulito a vos no te conoce nadie. He enviado 5 cartas para que los artistas que han pasado por aquí, si te conocen, den alguna referencia.” Pasaron 15, 20 días y me dice: “Raúl: de las cinco cartas que envíe, solo me contestaron una. Pero no te voy a decir quien fue.”
Acepte esa condición y no insistí. Al poco tiempo sale en el diario la presentación de mi espectáculo y abajo un escrito, fotocopia de un manuscrito, en donde Piazzolla había escrito:
           “Yo no sé nada de chamamé, sería incapaz de tocar un chamamé. (Para que eso diga Piazzolla. No es el Piazzolla del que mucha gente habla…agrega Barboza) Para tocar chamamé hay que nacer Montiel, hay que nacer Cocomarola o hay que nacer Barboza.”

Ahora, que Astor haya dicho eso, aún cuando fuimos amigos… Nunca imaginé que él tenía ese pensamiento de mí, nunca me lo dijo. Esa carta fue la que me abrió las pesadas puertas del arte en Europa. Cuando todo el mundo tocaba tango para facilitar su entrada, yo tarde 7 años en hacer escuchar mi primer chamamé.
Tenía que vivir… fui acompañante de otras gentes porque podía hacerlo. Pero el día que subí como Raúl Barboza a expresar la música, tocaba chamamé. Hice la concesión de tocar tango en una casa que me dio la posibilidad de tocar chamamé. Entonces hicimos un cambio natural y normal, y lo hice con mucho placer porque amo el tango y toco tangos, pero logré que la gente amé nuestra música.






El sentimiento de la tierra. La distancia y la memoria.

¿Cómo es su relación con el país a la distancia, con ese ir y venir, con sus recuerdos?

Lo llevo conmigo, en mis recuerdos y mis vivencias, que no son tristes ni melancólicas. Es parte de la vida. A veces tengo recuerdos que ¡Pucha ché!, pero bueno, digo: ¡No caracho! Acá tengo gente que me quiere, gente que me contrata. Estuve por China, en Japón, por África y tantos lugares…

¿Qué recuerda de esos lugares, por ejemplo Nairobi, en Kenia, África?

La pobreza, la tristeza total. No podía salir del hotel, porque había una mesa larga con comidas que nunca había visto, comidas carísimas. Afuera la gente agolpada para ver si a alguien se le caía un maní. Eso fue lo que me dolió tanto, al punto que llegue espiritualmente enfermo de la gira por África.
Pero también hay otros lugares y otros recuerdos. Por ejemplo, llegué muy contento cuando conocí a mi compadre el cacique Catalino Martínez, quien me hizo el honor de pedirme que fuera el padrino de sus hijos, que tienen nombre guaraní escondido. Se esconden de la iglesia que los obliga a tener nombre en castellano. Ellos tienen su nombre secreto en guaraní.
Cosas así. También prefiero acordarme de las cosas lindas. Como cuando grabé con Cesárea Evora, hablaba con ella en portugués, tocar con esa mujer, encontrarla en una plaza de toros en el sur de Francia, en un Festival con un calor infernal y ella que llegaba descalza. Tengo anécdotas de vida maravillosas y es lo que a mí me mantiene erguido, tranquilo, a mis 73 años.
Por ello soy feliz, lo demás no me interesa. A mí me interesa cumplir, con algo que no creo que sea nada especial, pero tengo una responsabilidad artística. Podría elegir ganar enorme cantidad de dinero haciendo cosas que no me gustan o ser un artista, con todo lo que implica ser un artista. Además del libre pensamiento, sin ninguna responsabilidad con ninguna asociación de cualquier especie. Rindo respeto a las autoridades de mi país, de los países que me reciben, a todas las personas, hombres, mujeres, niños y niñas, viejitos y viejitas, y animales, que son nuestros primos.
No soy un hombre de hablar mucho, salvo ahora que estoy contando cosas, pero cuando quiero decir algo trato de que mi palabra no le moleste a alguien, por muy duro que sea lo que tenga para decir. Aprendí a no tenerle rabia a un enemigo, aprendí a pensar más en el otro que en mí mismo y soy feliz con poco, no tengo necesidad de muchas cosas para estar tranquilo. La tranquilidad es mi felicidad.

A partir de una gran predisposición espiritual…

Puede ser… Cada vez que me levanto agradezco a la vida el hecho de haber abierto los ojos, de poder respirar, caminar, de sentir frío y sentir calor. A la vez entonces, pido por la gente que sufre: en un hospital, en la cárcel, o por quienes han muerto de forma violenta, por familiares de personas que han perdido a sus seres queridos. Pienso en todo eso, no sé si tendrá valor, no sé si podrá hacer algo, pero no puedo dejar de pensarlo.

¿Qué siente al venir a tocar aquí en la ciudad de La Plata? ¿Había venido antes?

No, no es la primera vez, vine muchas veces a La Plata. Venía a tocar a Berisso cuando tenía 9 años, con mi padre. Es un momento nuevo, porque nunca había venido aquí (El Teatro Bar). No sé cómo recibirá la gente mi trabajo, espero que bien. Entonces estoy esperando el momento de poner pie en el escenario, y luego compartir una comidita con los muchachos. La vida cotidiana de todos los días, de acostarse y levantarse ileso, en un país tan bello y tan lindo, también tan pleno de cosas inesperadamente desagradables. Pero en cada día también hay, inesperadamente, cosas hermosas por hacer.


  (Gracias a Natacha Guevara por sus fotografías)
  
Para más información sobre Raúl Barboza: http://mapage.noos.fr/raulbarboza//



 

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