El blues del gnóstico
En una noche de invierno Javier Martínez tocó en
la Sala Concert de El Teatro Bar. Uno de los pioneros del rock y el blues de
nuestro país, nos regaló un rato, para hablar del pasado, de algún griego, de
la vida.
El padre de Javier era un actor vocacional, los ecos
lejanos del “Baby Boom” lo trajeron al mundo al año siguiente del final de la
segunda guerra mundial: “había
muerto tanta gente en la guerra, que la gente hacía el amor a lo loco para
tener hijos, para repoblar el mundo”.
El nombre del músico también tiene un
origen distintivo. Una vez, su padre actuaba en una obra cuyo protagonista se
llamaba Xavier, y luchaba contra las nazis en Francia, país al que el recuerdo
de Martínez nos llevara más adelante. Antes nos encontramos con el inicio.
Fue muy temprano, a
los 9 años fui a ver una película con mi viejo, en la cual tocaba la batería
Gene Krupa. Entonces le dije:
-
Mira papá, yo me quiero dedicar a
esto.
-
¿A qué? ¿A tocar la batería?
Bueno, tenes que cumplir bien con el estudio y yo te voy a ayudar a que vos
toques la batería.
Terminé el
secundario y después empecé a laburar de músico, muy joven. Con un poder de mi
viejo para poder andar de noche por los cabarets a los 16 años. Estudié la
batería de muy joven y fui profesional enseguida. A pesar de que tuve otros
trabajo, porque labure desde los 12 años e hice la escuela de noche. Lo que me
hizo muy bien, porque en la noche van muchachos más grandes, cuando nos
hacíamos la rata nos íbamos a los cabarets, a los boliches. Estamos hablando de
una época en donde la bohemia era fenomenal.
Esa bohemia suburbana trajo amigos
entrañables, como el gran Norberto Napolitano.
A Pappo lo conocí
en una sala de ensayo llamada Planeta, él estaba con una banda que eran amigos
míos que estaban probando guitarristas. Conversando nos dimos cuenta de que
vivíamos a 15 cuadras de distancia, y
nos hicimos amigos.
Fue muy divertido
cuando nos encontramos en Europa. Yo estaba en Barcelona y él venía de
Inglaterra, y me vino a buscar. Se quedó a vivir en mi casa, y anduvimos
tocando por toda la costa catalana. Hablábamos de todo, de minas una
barbaridad. Él andaba con una Ford traffic que era un hotel, íbamos un rato
cada uno, teníamos un colchón ahí, mamita querida!
La pasamos bomba,
nos divertimos mucho. Acá mil zapadas. El tipo era un actor cómico, estaba
siempre haciendo chistes.
Nos contaba Ricardo Tapia de la
Mississipi, en el número anterior, que según su percepción, “el blues en la Argentina empieza cuando
se empiezan a decir cosas argentinas”. Indudablemente, la piedra fundadora le
pertenece en un rol principal a Javier Martínez.
Manal fue una banda que marcó una forma directa de
decir las cosas en sus letras, y un sonido crudo como una herida abierta, que
busca llegar y simplificar, en apariencia, la observación de las cosas.
Entro al blues por
el jazz. Cuando era chico, Armstrong vino a tocar acá y lo fui a ver al teatro
y a la radio en donde tocaban en vivo. Después a través de los discos, el
primer bluesman que escuche fue Ray Charles, y después vino todo lo demás. Ahí
empecé con la idea de hacerlo en castellano, y ya estaban los mejicanos
haciendo rock and roll en castellano con las versiones del rock americano.
Entonces dije: Hay que hacer rock y blues pero con una temática argentina.
Desde siempre, yo
escuchaba Cream, Hendrix, y después todos los negros, los MG5, los tipos que
hacen Cebollas verdes, los Allman Brothers, Gran funk Railroad, todos esos
tríos; Paul Butterfield blues band, Electric flack; esas eran las bandas que
escuchaba en esa época. Esa era mi influencia, quería sonar así, pero no
copiar. Nosotros tratábamos de sonar al estilo de los negros.
Jugo de tomate (La
tierra que te da la vida, da un tiempo para decidir;), Avellaneda Blues (Sur y aceite, barriles en el barro,
galpón abandonado. Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado), No
pibe (Es muy triste negar de donde vienes, lo importante
es adonde vas.), Todo el día me pregunto (muchas
veces me pregunto para que vivo así. Caminando sin parar muchas veces sin
dormir y ¿Por qué?),
No hay tiempo de más (No
hay tiempo de más, no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual.
No, no me digas que no se puede, no, no me digas que no se puede, que no se
puede volar) Una casa con diez pinos (hacia
el sur hay un lugar / ahora mismo voy allá,/ porque ya no puedo más / vivir en
la ciudad. Entre humo y soledad, / nada más que respirar, / nunca más, nunca
más, en la ciudad. (…) oxidarse o resistir).
En toda las letras de Javier sobrevuela
el devenir urbano, lleno de cotidiano y tiempo, de amor y ausencias, de
esperanzas y traiciones, ahí todo es caldo de cultivo de las urbes de la vida,
del camino misterioso de lo que vendrá.
Somos lo que no
podemos explicar, ni toda la ciencia alcanzará, ni la técnica hará una flor, ni
el oro un gran amor, en los libros no esta como se hace una amistad” (…)
“Siempre hay que crear un mundo nuevo, ese que es más viejo que los sueños, te
daré mi mano y veremos este amanecer de nuevos tiempos. Lo nuevo y lo viejo es
como el cielo, siempre estuvo allí no tiene tiempo, amistad y amor son siempre
buenos, si en la comprensión somos sinceros.
Cadícamo.
París. Los gnósticos.
Enríque Cadícamo fue un poeta.
Reconocido por sus letras de tango, (Anclao en París, Los mareados, Muñeca
brava entre muchísimos más) cuyo intérprete mas importante fue el gran Carlos
Gardel. Martínez tuvo el honor de compartir ciertas horas de café con él.
¿Qué
te acordás de las charlas con Enrique Cadícamo?
Él estaba en un bar
que estaba en Lavalle casi Montevideo, yo sabía que era Cadícamo y tarde mucho
tiempo en atreverme a hablarle, porque no quería ser un cholulo, ni un
hinchapelotas. Hasta que un día me animé, lo saludé y charlaba siempre con él.
Era un tipo fenomenal, era un dandy, estaba siempre empilchado con un blazer
azul, pantalones grises, mocasines color guinda, corbata, rubio, peinado a la
gomina.
Tuve varias charlar
con él que no tienen precio para mí. Como todos los grandes era un tipo muy humilde,
un tipo fabuloso. A veces cuando venían cholulos o plomos, nos poníamos a
hablar en francés para que la gilada se tome el palo, viste. Él hablaba
perfecto el francés, y yo también porque viví muchos años en París.
Ese
París en donde estaba Xavier, el personaje de la resistencia francesa que
interpretaba su padre y que le daría su nombre; esa ciudad cuya bohemia fue el
sueño cumplido del pibe.
Las horas de estos días,
encuentran a Javier Martínez socializando su música a través de My space, y con
una sed de curiosidad introspectiva que lo lleva, entre otros lados, a la
Antigua Grecia.
Los
presocráticos, los neoplatónicos, los gnósticos, Parménides, Empedocles,
Heráclito de Éfeso, me atraen mucho. Los gnósticos de Alejandría. Lo que pasa
es que los cuatro generales que heredaron el imperio de Alejandro Magno, los
tolomeos, helenizaron el mundo antiguo, el Asia menor y Egipto. En Alejandría
hubo una especie de sincretismo entre la cultura judía, helénica y egipcia, y
en ese momento nace el cristianismo y en esa época surgen los gnósticos.
Contaba Alejandro Dolina, en una charla
perdida en el mar de los días pasados, que los gnósticos “pensaban que el mundo
era creación de una emanación divina de ínfimo orden, ellos creían que había un
dios primordial que había engendrado un primer cielo y luego otros dioses
subsidiarios habían engendrado otros cielos, y otros, cada vez más lejanos al
creador original hasta el número de 365. Allí en ese último cielo, cuyo grado
de divinidad tendía a 0, estaba el creador de este universo imperfecto, eso
explicaba el mal, era la degradación del poder divino. Era la creación de un
demiurgo chambón, y los gnósticos explicaban al Cristo, como el enviado de ese
Dios primordial, si se quiere, inocente de la creación de éste mundo”.
Sin
oscurecer aguas para hacerlas parecer profundas, como diría Dolina de algunos,
sin meternos en el sincretismo, sin sentar jurisprudencia de madrugada sobre
las cuestiones de la fe y las variantes del gnosticismo, ni en el conocimiento
introspectivo de lo divino, compartamos algunos pensamientos de Martínez y una
gran frase de John Lennon para pensar un rato.
Yo
soy un metafísico, el hombre no se muere, el que se muere es el cuerpo. Lo que
pienso es que el hombre es un espíritu inmortal y que esta transitando en este
cuerpo, este cuerpo se va a morir pero el espíritu sigue. Ya estuvo antes y
vamos a estar después, la vida es infinita, es inmortal, hasta los animales son
inmortales. Lo que pasa es que vivimos en una época materialista que cree que
el hombre es el cuerpo. Tampoco le doy mucha pelota a los dogmas religiosos, ni
nada, los respeto, como a la gente que cree en una religión y la práctica, me
parece bárbaro, pero no quiero que me la vengan a imponer. Que me vengan a
romper las pelotas con sus dogmas y sus morales, porque es como dice Lennon:
“Dios es un concepto con el cual medimos nuestro dolor”. Una cosa es el
concepto que el hombre se hace de Dios y otra cosa es lo que Dios es realmente. Y lo que Dios es realmente es inconcebible
para nosotros.
Ante
tantos boludos (Basta de boludos – Manal Javier Martínez 2003), ¿Cómo llevas
ese proceso íntimo espiritual en relación con los otros?
Hay
que bancársela. De estos temas, si vos te pones a profundizar te quedas solo.
Vos te pones hablar de esto en cualquier reunión y enseguida te interrumpen:
“Che, ¿están los fideos?” La gente le raja a la profundidad, esta es una época
decadente, muy estúpida, pero bueno, no me quejo, ya esta. No necesito
interlocutores, tengo mi diálogo interno, y no me importa. No estoy buscando
que nadie me escuche, ni quiero explicarle nada a nadie.
¿Qué
cosas te mueven para seguir escribiendo?
Estas
inquietudes de las que venimos hablando las tuve siempre, no necesito darme
manija para escribir. Lo que me mueve es la vida misma, mi diálogo interno, los
escritores que leo, Cioran, una hormiga que camina por el piso me puede generar
una reflexión, ¿A dónde irá esa hormiga? Que se yo. Todo es materia de
reflexión y de una búsqueda filosófica, todo esto es un misterio, estamos
rodeados de misterios. Luego esta la mirada de cada uno, pero a veces lo más
importante es no perder el sentido del humor y pasarla lo mejor posible, nada
más.
Fotos: Mechi Bidart