miércoles, 31 de octubre de 2012

Entrevista a Javier Martínez



El blues del gnóstico

           En una noche de invierno Javier Martínez tocó en la Sala Concert de El Teatro Bar. Uno de los pioneros del rock y el blues de nuestro país, nos regaló un rato, para hablar del pasado, de algún griego, de la vida.
            El padre de Javier era un actor vocacional, los ecos lejanos del “Baby Boom” lo trajeron al mundo al año siguiente del final de la segunda guerra mundial: “había muerto tanta gente en la guerra, que la gente hacía el amor a lo loco para tener hijos, para repoblar el mundo”. 
El nombre del músico también tiene un origen distintivo. Una vez, su padre actuaba en una obra cuyo protagonista se llamaba Xavier, y luchaba contra las nazis en Francia, país al que el recuerdo de Martínez nos llevara más adelante. Antes nos encontramos con el inicio.
Fue muy temprano, a los 9 años fui a ver una película con mi viejo, en la cual tocaba la batería Gene Krupa. Entonces le dije:
-      Mira papá, yo me quiero dedicar a esto.
-      ¿A qué? ¿A tocar la batería? Bueno, tenes que cumplir bien con el estudio y yo te voy a ayudar a que vos toques la batería.
Terminé el secundario y después empecé a laburar de músico, muy joven. Con un poder de mi viejo para poder andar de noche por los cabarets a los 16 años. Estudié la batería de muy joven y fui profesional enseguida. A pesar de que tuve otros trabajo, porque labure desde los 12 años e hice la escuela de noche. Lo que me hizo muy bien, porque en la noche van muchachos más grandes, cuando nos hacíamos la rata nos íbamos a los cabarets, a los boliches. Estamos hablando de una época en donde la bohemia era fenomenal. 
Esa bohemia suburbana trajo amigos entrañables, como el gran Norberto Napolitano.
A Pappo lo conocí en una sala de ensayo llamada Planeta, él estaba con una banda que eran amigos míos que estaban probando guitarristas. Conversando nos dimos cuenta de que vivíamos a 15 cuadras de distancia,  y nos hicimos amigos.
Fue muy divertido cuando nos encontramos en Europa. Yo estaba en Barcelona y él venía de Inglaterra, y me vino a buscar. Se quedó a vivir en mi casa, y anduvimos tocando por toda la costa catalana. Hablábamos de todo, de minas una barbaridad. Él andaba con una Ford traffic que era un hotel, íbamos un rato cada uno, teníamos un colchón ahí, mamita querida!
La pasamos bomba, nos divertimos mucho. Acá mil zapadas. El tipo era un actor cómico, estaba siempre haciendo chistes.
Nos contaba Ricardo Tapia de la Mississipi, en el número anterior, que según su percepción, “el blues en la Argentina empieza cuando se empiezan a decir cosas argentinas”. Indudablemente, la piedra fundadora le pertenece en un rol principal a Javier Martínez.
Manal fue una banda que marcó una forma directa de decir las cosas en sus letras, y un sonido crudo como una herida abierta, que busca llegar y simplificar, en apariencia, la observación de las cosas.
Entro al blues por el jazz. Cuando era chico, Armstrong vino a tocar acá y lo fui a ver al teatro y a la radio en donde tocaban en vivo. Después a través de los discos, el primer bluesman que escuche fue Ray Charles, y después vino todo lo demás. Ahí empecé con la idea de hacerlo en castellano, y ya estaban los mejicanos haciendo rock and roll en castellano con las versiones del rock americano. Entonces dije: Hay que hacer rock y blues pero con una temática argentina.
Desde siempre, yo escuchaba Cream, Hendrix, y después todos los negros, los MG5, los tipos que hacen Cebollas verdes, los Allman Brothers, Gran funk Railroad, todos esos tríos; Paul Butterfield blues band, Electric flack; esas eran las bandas que escuchaba en esa época. Esa era mi influencia, quería sonar así, pero no copiar. Nosotros tratábamos de sonar al estilo de los negros.
Jugo de tomate (La tierra que te da la vida, da un tiempo para decidir;), Avellaneda Blues (Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado. Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado), No pibe (Es muy triste negar de donde vienes, lo importante es adonde vas.), Todo el día me pregunto (muchas veces me pregunto para que vivo así. Caminando sin parar muchas veces sin dormir y ¿Por qué?), No hay tiempo de más (No hay tiempo de más, no hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual. No, no me digas que no se puede, no, no me digas que no se puede, que no se puede volar) Una casa con diez pinos (hacia el sur hay un lugar / ahora mismo voy allá,/ porque ya no puedo más / vivir en la ciudad. Entre humo y soledad, / nada más que respirar, / nunca más, nunca más, en la ciudad. (…) oxidarse o resistir).
En toda las letras de Javier sobrevuela el devenir urbano, lleno de cotidiano y tiempo, de amor y ausencias, de esperanzas y traiciones, ahí todo es caldo de cultivo de las urbes de la vida, del camino misterioso de lo que vendrá.
Somos lo que no podemos explicar, ni toda la ciencia alcanzará, ni la técnica hará una flor, ni el oro un gran amor, en los libros no esta como se hace una amistad” (…) “Siempre hay que crear un mundo nuevo, ese que es más viejo que los sueños, te daré mi mano y veremos este amanecer de nuevos tiempos. Lo nuevo y lo viejo es como el cielo, siempre estuvo allí no tiene tiempo, amistad y amor son siempre buenos, si en la comprensión somos sinceros.



Cadícamo. París. Los gnósticos.

      Enríque Cadícamo fue un poeta. Reconocido por sus letras de tango, (Anclao en París, Los mareados, Muñeca brava entre muchísimos más) cuyo intérprete mas importante fue el gran Carlos Gardel. Martínez tuvo el honor de compartir ciertas horas de café con él.

¿Qué te acordás de las charlas con Enrique Cadícamo?

Él estaba en un bar que estaba en Lavalle casi Montevideo, yo sabía que era Cadícamo y tarde mucho tiempo en atreverme a hablarle, porque no quería ser un cholulo, ni un hinchapelotas. Hasta que un día me animé, lo saludé y charlaba siempre con él. Era un tipo fenomenal, era un dandy, estaba siempre empilchado con un blazer azul, pantalones grises, mocasines color guinda, corbata, rubio, peinado a la gomina.
Tuve varias charlar con él que no tienen precio para mí. Como todos los grandes era un tipo muy humilde, un tipo fabuloso. A veces cuando venían cholulos o plomos, nos poníamos a hablar en francés para que la gilada se tome el palo, viste. Él hablaba perfecto el francés, y yo también porque viví muchos años en París.
Ese París en donde estaba Xavier, el personaje de la resistencia francesa que interpretaba su padre y que le daría su nombre; esa ciudad cuya bohemia fue el sueño cumplido del pibe.
Las horas de estos días, encuentran a Javier Martínez socializando su música a través de My space, y con una sed de curiosidad introspectiva que lo lleva, entre otros lados, a la Antigua Grecia.
Los presocráticos, los neoplatónicos, los gnósticos, Parménides, Empedocles, Heráclito de Éfeso, me atraen mucho. Los gnósticos de Alejandría. Lo que pasa es que los cuatro generales que heredaron el imperio de Alejandro Magno, los tolomeos, helenizaron el mundo antiguo, el Asia menor y Egipto. En Alejandría hubo una especie de sincretismo entre la cultura judía, helénica y egipcia, y en ese momento nace el cristianismo y en esa época surgen los gnósticos.
      Contaba Alejandro Dolina, en una charla perdida en el mar de los días pasados, que los gnósticos “pensaban que el mundo era creación de una emanación divina de ínfimo orden, ellos creían que había un dios primordial que había engendrado un primer cielo y luego otros dioses subsidiarios habían engendrado otros cielos, y otros, cada vez más lejanos al creador original hasta el número de 365. Allí en ese último cielo, cuyo grado de divinidad tendía a 0, estaba el creador de este universo imperfecto, eso explicaba el mal, era la degradación del poder divino. Era la creación de un demiurgo chambón, y los gnósticos explicaban al Cristo, como el enviado de ese Dios primordial, si se quiere, inocente de la creación de éste mundo”.
      Sin oscurecer aguas para hacerlas parecer profundas, como diría Dolina de algunos, sin meternos en el sincretismo, sin sentar jurisprudencia de madrugada sobre las cuestiones de la fe y las variantes del gnosticismo, ni en el conocimiento introspectivo de lo divino, compartamos algunos pensamientos de Martínez y una gran frase de John Lennon para pensar un rato.
Yo soy un metafísico, el hombre no se muere, el que se muere es el cuerpo. Lo que pienso es que el hombre es un espíritu inmortal y que esta transitando en este cuerpo, este cuerpo se va a morir pero el espíritu sigue. Ya estuvo antes y vamos a estar después, la vida es infinita, es inmortal, hasta los animales son inmortales. Lo que pasa es que vivimos en una época materialista que cree que el hombre es el cuerpo. Tampoco le doy mucha pelota a los dogmas religiosos, ni nada, los respeto, como a la gente que cree en una religión y la práctica, me parece bárbaro, pero no quiero que me la vengan a imponer. Que me vengan a romper las pelotas con sus dogmas y sus morales, porque es como dice Lennon: “Dios es un concepto con el cual medimos nuestro dolor”. Una cosa es el concepto que el hombre se hace de Dios y otra cosa es lo que Dios es realmente.  Y lo que Dios es realmente es inconcebible para nosotros. 

Ante tantos boludos (Basta de boludos – Manal Javier Martínez 2003), ¿Cómo llevas ese proceso íntimo espiritual en relación con los otros?

Hay que bancársela. De estos temas, si vos te pones a profundizar te quedas solo. Vos te pones hablar de esto en cualquier reunión y enseguida te interrumpen: “Che, ¿están los fideos?” La gente le raja a la profundidad, esta es una época decadente, muy estúpida, pero bueno, no me quejo, ya esta. No necesito interlocutores, tengo mi diálogo interno, y no me importa. No estoy buscando que nadie me escuche, ni quiero explicarle nada a nadie. 

            ¿Qué cosas te mueven para seguir escribiendo?

            Estas inquietudes de las que venimos hablando las tuve siempre, no necesito darme manija para escribir. Lo que me mueve es la vida misma, mi diálogo interno, los escritores que leo, Cioran, una hormiga que camina por el piso me puede generar una reflexión, ¿A dónde irá esa hormiga? Que se yo. Todo es materia de reflexión y de una búsqueda filosófica, todo esto es un misterio, estamos rodeados de misterios. Luego esta la mirada de cada uno, pero a veces lo más importante es no perder el sentido del humor y pasarla lo mejor posible, nada más.

Fotos: Mechi Bidart

lunes, 28 de mayo de 2012

Nota a Ricardo Tapia (La Mississippi) Revista El Teatro Bar


La Mississipi en El Teatro Bar

Todo fluye en el río



En la previa al recital, estuvimos con Ricardo Tapía, líder la de La Mississipi y dimos una vueltas con anécdotas del blues, su pasión por la pintura y Coltranne, además saber un poco más sobre “Bufalo”, último disco de la banda


¿Cómo fue que incursionaste en la música?
Estudie pintura en Bellas Artes, me dedicaba a la música lateralmente. Cuando en un momento mi vieja fue la que me dijo, una mañana tomando unos mates: “Me parece que lo tuyo es la música”. Tenía razón.
Mi mamá siempre fue una persona media… ácrata, anárquica, un personaje libertario. Nunca quiso que fuera un abogado, ni nada de eso. Le gustaban mucho las artes, era una pianista frustrada. Entonces empecé con Bob Dylan, Víctor Jara, Darin Hopkins, Muddy Waters, mezclando música folclórica con blues, algo que también hago ahora cuando tocó acústico.

¿Cómo nació la Mississippi?
Nació en un ensayo, ganas de hacer una banda de blues tradicional. Nuestro primer objetivo era hacer temas de Muddy Waters, B.B. King, John Lee Hooker, clásicos de blues, tocar en pubs y ganar nuestra moneda. Nada más que eso. Y nos supero.

Época difícil para el blues los 80… con la excepción de Stevie Ray Vaughan
Vaughan junto con Albert Collins marcaron el inicio de esa época. Acá se llenaron Obras y teatros completos de blues, dos o tres noches seguidas. Eso dejo una cantidad de público muy interesante que todavía persiste y crece porque hay generaciones que se juntan.
Cuando nosotros armamos la banda inicialmente teníamos un proyecto, empezamos a tocar temas nuestros, nuevos, pero otros anteriormente compuestos, y así nació: “Mbugi”. Un disco que en tres semanas vendió 23.000 discos. Para mi fue un vuelco completo. Después vino “Bagayo” que tuvo un arrastre tremendo, fue Disco de oro en una semana. Esto nos armó una base a futuro, porque nosotros seguimos tocando y grabando en todo el país y afuera, gracias a esos primeros discos.
Primeros tenes que tener una cantidad de años tocados para evaluar que es lo que haces en tus discos. Nosotros somos una banda bastante eclética, no hacemos siempre lo mismo, nos gusta jugar con los estilos del blues, siempre fuimos bastante borders en eso, no fuimos unos tipos que nos acostumbramos a hacer un estilo y siempre hacemos lo mismo. 

En eso tenes un poco a la tradición que te mira de reojo, el público del blues que es más selecto… ¿Cuál es tu lectura del blues en la Argentina?
Ahora esta surgiendo una nueva generación de músicos de blues, pero creo que el blues en la Argentina empieza cuando se empiezan a decir cosas argentinas, no cuando tocan temas de Muddy Waters. Los Manal, Pappo, pajarito Zaguri, nosotros, La pesada del rock and roll; cuando empezas a contar tu historia, desde donde vivas, ahí empezas a mostrar otra cosa. Ahí tenes un interés plus, más allá de lo instrumental, porque hay muchísimos músicos de blues buenos, pero capaz que van 20 personas a verlos.

En ese impacto de la venta de discos, cuando te encontraste con tipos como Albert Collins, Budy Guy, B.B.King; ¿Cómo fue el intercambio con ellos?
Con Albert Collins fue un intercambio personal. Lo fuimos a ver al teatro Ópera y lo invitamos a tocar en una jam sesión, unos caraduras! Él nos dijo: “Yeah, yeah, go, go”. Fuimos a un lugar que se llama Oliverio, estaba lleno y Albert Collins trajo a toda la banda, la gente no lo podía creer. Se sentó a tomar un Bloody Mary, y fue mandando de a uno a todos sus músicos y al final tocó él: dos horas y media para toda la gente. Hablamos de su juventud, cuando tocaba con Hendrix. Era un tipo simple, era como hablar con un amigo; cuando se fue nos abrazamos. De hecho, el baterista de su banda se casó con una amiga mía, se conocieron esa noche en Oliverio. 

¿Qué otros intercambios con músicos recordás?
A James Cotton lo conocimos cuando lo trajo Pappo al Galpón del Sur. Luis Robinson le dio la armónica con la que estaba tocando y el tipo la hizo sonar que no se podía creer. Bueno, Cotton me contó que muchos músicos de blues tocaban la armónica, porque muchos levantan el algodón. La planta tiene unos pinches, entonces ellos usaban los dedos para sacar el algodón y se les metían debajo de las uñas provocando infecciones. Por eso muy poca gente que laburaba con el algodón tocaba la guitarra. Cotton había trabajado desde muy chico, no sabía leer ni escribir, pero tenía una música y una musa increíble dentro de él.
Nos divertimos mucho en Brasil, en un festival del Café Blues. Hice una clínica de Muddy Waters con Ronnie Earl, quien me invitó a cantar, estando Budy Guy presente que había tocado con Muddy Waters. Estaban todos los negros adelante, estaba aterrorizando pero salió bien igual. Esa semana tocamos con Robben Ford, Robert Cray entre otros.
John Mayall un caballero inglés, cenamos en el teatro Broadway. Le encantaba el pollo argentino, y se llevo uno en la maleta al hotel. Cuando tocamos con B.B. King en Obras, hizo un ágape para toda la gente que tocó con él, un tipo muy generoso, una buena persona. 

En tus letras hay temáticas comunes a ciertas letras tangueras…
Si, urbanas. Siempre leí mucho, mi vida me la pasé leyendo, Rodolfo Walsh, Cortázar… Me crie leyendo, y cuando eso pasa tenes imaginarios. Para escribir hay que escuchar. Hay que escuchar a la gente, las cosas que pasan, la calle y hay que trabajar con la lectura también. Es muy interesante, la lectura te da formas diferentes para pensar la misma cosa. 

¿Cómo relacionaste la pintura con tu pasión por John Coltranne?
Escucho todo tipo de música que me guste. El be bop me gusta mucho, Coltranne, Miles Davis, el be bop de los 50, Bill Evans especialmente. Empecé toda una serie de pinturas con Coltranne, espero terminarlas en algún momento para fines de 2012 y hacer una muestra con músicos tocando Giant Steps (disco clásico de Coltranne).



Si tuvieras que pintarnos a Bufalo, el último disco de La Mississippi, ¿Cómo lo presentarías?
Bufalo es rojo como la tapa, es un disco pasional, con corazón, con energía. Tiene una cosa de quinteto que pudimos ganar al tocar en directo, que es una energía más salvaje, tocar en vivo, grabar en vivo en tres días como sea; lo que escuchas en el disco es lo que se grabó. Sin red, sin hacer apreciaciones de si puede salir mal o bien, fue grabar.

La Plata. El Teatro Bar

Tiene una mística. La Plata es el puticlub, es el lugar en donde uno básicamente viene y disfruta. Viví acá, conocí a mi primer esposa, tuve amigos, venía a ver a Los redondos cuando éramos 40, cuando el pelado tenía pelo. Skay cantaba, el Indio tocaba dos temas y tocaba el silbato. Estuve acá a fines de los 80 y la pase bien, vi la movida de lo que fue La Cofradía de la flor solar al final. La Plata es un generador de energía muy loca, mucho teatro, casas de provincias donde conocías chicas muy lindas.
En El Teatro es la sexta vez que tocamos, a mi me encanta la estructura, filmaría un video acá. Se hace un clima precioso, la gente la pasa bien, suena bien, ¿qué más?

jueves, 24 de mayo de 2012

Entrevista a Ariel Minimal - Pez (Revista El Teatro Bar)



Pez en la Sala Ópera
Pez: El umbral próximo

De sus comienzos hardcorepunk como una actitud ante la música y la vida, sus múltiples experimentaciones con Pez, quien se ha ganado un respeto que trasciende fronteras y del último disco de la banda: Volviendo a las cavernas. De todo esto hablamos con Ariel Minimal.

¿Cuándo surgió la matriz de la idea musical de Pez?

Pez tiene como dos fundaciones, su fundación es en diciembre de 1993; pero la formación inicial vino de la infancia, que eran los músicos que tocaron en mi primera banda, Descontrol. Pez es algo que viene de hace mucho, pero en el 93 tomamos el nombre y compusimos un material que después terminó siendo el primer disco: Cabeza.
Fueron cambiando músicos, pasaron 18 años, sacamos muchos discos y la idea de la banda sigue estando, y acá estamos tocando.

Hay una esencia hardcore punk, pero que fue cambiando disco a disco, por momentos tan diferentes, ¿no?

Lo que más heredamos del hardcore y del punk, es cierta ideología al momento de hacer las cosas, una forma de encarar lo que hacemos. Musicalmente hacemos cualquier cosa, desde el punto de vista de una banda de rock clásica, pero tocamos cualquier género.

¿Cuándo te sentiste acompañado con tu idea sobre Pez?

Nunca me sentí sólo, ni ahora me siento acompañado. Los Pez siempre fuimos muy cerrados y nos costó mucho rodearnos de gente de algún modo, y ahora vos venís al camarín y somos un montón de gente, no sólo los 4 que tocamos, sino gente que trabaja o amiga de la banda que comparte el momento con nosotros. Eso al principio no era así, siempre estuvimos muy solos, éramos muy herméticos; en cierto sentido nos paso de comunicarnos con la gente en el escenario. Tampoco creemos que ahora somos súper abiertos y esta todo claro, pero creo que ahora hay una mejoría en cuanto a la comunicación.

Cada disco de Pez es muy diferente a los otros, ¿cómo ves ese camino a lo largo del tiempo?

No miro mucho hacia atrás, ahora estamos presentando las canciones del disco nuevo y pensando en otro disco, veo cierta constancia y me enorgullezco de eso, de que supimos mantener una situación a lo largo de los años. Después lo otro, los discos, las canciones, los shows, son lo que podes ir haciendo mejor o peor, un día mal o un día bien, pero lo que me gusta de Pez es que esté tocando, haciendo canciones, eso.

Zappa. Cadillacs. El pibe de barrio y el ensayo del domingo.

Si te nombró a Frank Zappa, ¿qué se te viene a la cabeza?

Me gusta mucho Zappa y mucha música diferente, pero Zappa en su momento fue como una apertura, mostrar que desde el rock and roll podes ir a cualquier lado.

De todo ese andar ese andar en el camino de la música, giras, recitales, ¿Qué momentos o personas recordás cuando pensás en el recorrido?

Recuerdo con mucho cariño a un amigo que ya no esta, el Toto de los Cadillacs, mi compañero de habitación en las giras, un gran amigo. Si miro para atrás y recuerdo algo, me acuerdo de él, y me hace muy bien porque lo quería mucho.

¿Cómo eran esas noches previas?

Nosotros viajamos mucho, compartíamos mucho tiempo en la gira, en la habitación del hotel, hablábamos mucho, nos conocíamos mucho. Siempre tengo mucho cariño con todos los músicos, por ahí con gente que no conozco. Veo un pibe caminando con el estuche del bajo el domingo a las 2 de la tarde, un horario donde muchos ensayan. El domingo después de almorzar, capaz que hace calor, la gente esta durmiendo la siesta, mirando el partido, y en la calle hay poca gente y ves al pibe que va a ensayar con el estuche. No lo conozco, pero me despierta un cariño inmenso porque me veo a mí, a mis amigos y recuerdo lo que somos.

Si te cruzaras con ese pibe del domingo, como si hablaras con vos mismo pero en otra época, ¿De que hablarían?

Creo de que vale la pena, trato de vivir la vida del modo de hacer lo que quiero, porque considero que la vida es esa, y voy a tratar de hacerla haciendo lo que quiero, y no lo que los demás quieren o lo que tendría que hacer o lo que sea. Bueno, estoy acá y ¿qué es lo que tengo ganas de hacer? Bueno, trato de hacerlo.

Volviendo a las cavernas



¿En cuanto a las composiciones del último disco, por dónde va la cosa?

Es muy pesado, es un disco metálico.

Si cada disco es un momento, ¿Cómo describirías a este último trabajo?

El disco se llama Volviendo a las cavernas, y todas las canciones hablan de cierto momento histórico que vive la humanidad, en el cual hay un montón de incertidumbres; como estar en las puertas de algo pero no sabemos bien que es. Hay muchos cambios, no se sabe si es para mal o para bien, esta medio revuelto todo y el disco habla un poco de todo eso.

La Plata. El Teatro. Duelo sudamericano en la Play.

¿Qué te genera venir a La Plata?

A mi me gusta mucho, vengo seguido a la ciudad porque siempre la gente de La Plata nos acompaño; los diferentes estudiantes que pasan por acá. Al ser una ciudad de estudiantes es muy inquieta en lo cultural, es alucinante venir a tocar acá.

¿Y El Teatro Bar?

Muy buenos teatros, las dos sedes. Salas bien montadas en donde uno puede dar un buen show, buen sonido, buenas luces, esta bueno. Además nos traen la tele para poder jugar a la play. (Risas). Llego la play y cambiamos todos.

Y se armó el clásico Argentina – Brasil con Pez y Macaco Bong, así transcurrió la previa, así empieza la noche.



¿Cómo se dio la relación con Macaco Bong?

Nos invitaron a tocar a un festival en su ciudad Cuiabá, Mato Grosso; después los invitamos acá; y se armó una partería, así le dicen ellos, una sociedad, y los invitamos de vuelta; hoy tocamos acá y tenemos 7 fechas por Buenos Aires y Rosario. Después en octubre vamos a Brasil a hacer 7 fechas allá.

Siempre con la play encima…

Espero que haya en Brasil…

Y la última ¿cómo juegan los brasileros a la play?

No se… vi un solo partido el manager, nuestro Mario, le gano 5 a 0 a Ney, el bajista de ellos. Pero quizás ahora esta jugando otro que la descose, así que no se puede saber…



 Gracias a Natacha Guevara por sus fotografías.




miércoles, 23 de mayo de 2012

Nota con Lucas Helguero, integrante de La Bomba de Tiempo. (Revista El Teatro Bar)


La Bomba de tiempo en la Sala Ópera

El ritmo de la improvisación

En un ritual totémico lleno de un hipnótico ritmo ambiente, disfrutamos de La Bomba de tiempo. Cautivando en el desafío constante de unir la mente y el cuerpo en un todo. Conocemos un poco más de esta singular banda de percusión, charlando con Lucas Helguero, uno de sus integrantes.

¿Cómo empezaste con La Bomba de tiempo?

            Empecé desde los comienzos de la banda, Santiago Vázquez, el director y creador del grupo me llamo junto al resto de los integrantes de un año para el otro. Me llamó en el 2005 diciéndome que al año siguiente iba a armar un grupo. A Santiago lo conozco hace mucho, toque en otros grupos con él.

En esos inicios, ¿qué conceptos sobre la banda te transmitió?

            Una agrupación de unas 15 personas, que iban a tocar principalmente tambores y otros instrumentos de percusión, con el perfil de experimentar nuevas formas rítmicas. Básicamente improvisar, no basarse en estilos tradicionales o reproducir folclores, sino fusionar y mezclar cosas. Inventarlas en el momento, en los conciertos. Realmente un grupo de improvisación con tambores, con accesorios, campanas, semillas, maracas, huiros, varios instrumentos. La improvisación se da a través de un sistema de señas, que el director utiliza para pedirnos música y diferentes recursos rítmicos.

¿Cómo es el proceso de improvisar y componer a la vez, algo tan particular de la banda, y cómo fueron creciendo como grupo a través de una comunicación a través de un sistema de señas?

            Los primeros encuentros fueron bastante primitivos, pero fueron el núcleo de lo que hoy es la Bomba. Con lo poco que podíamos tocar en el momento, porque no teníamos músicas escritas, no podíamos tocar un malambo, un candombe o una chacarera, sino sobre una batida, sobre un pulso, a partir de un movimiento del director que no se sabe si es el tiempo uno, pensar una cosa melódica con los tambores, y crearlo en el momento. Al principio nos encontrábamos haciendo una mínima lectura de los dedos, tocando unas cosas muy simples, con eso algo podíamos empezar a construir. Nos sirvió como base para empezar a complejizar el tema de las señas, la forma de componer, el concepto que el director baja en cada ensayo.

Es una libertad muy difícil de asumir… una vara alta que superar…

Sí. Subir al escenario con la hoja totalmente en blanco es asumir un gran riesgo.

En ese sentido, ¿Cómo crees que fue creciendo la intuición musical de cada uno a partir de la relación de todos con el concepto de la banda?

            Fue creciendo desde el aporte que hizo cada uno de forma individual, de su amor al instrumento personal. Simplemente tocándolo, escuchando al músico que tenes enfrente, o al compañero de tu área, a quien empezás a conocer, y ahí aprendes a que lo que toca cada músico en su momento es el mejor de los condimentos para la mejor comida. Nosotros nos apoyamos mucho en eso, porque el director no puede decirle cada uno lo que tiene que tocar, sino que necesita creatividad de los músicos.



¿Cómo fue tu experiencia desde lo humano, al compartir una banda con tanta gente, y en relación a esos riesgos creativos de los que hablábamos?

Muy bueno. A muchos de los músicos de La bomba los conozco por ir a verlos, por admirarlos, por seguir su carrera, con otros compartí proyectos. Eso fue muy enriquecedor a todo nivel. En lo personal tengo bastante ruta en grupos de percusión, dirigí mi propio grupo de percusión, grupos grandes de 20 a 25 personas. Como en todo grupo humano hay que contemplar los deseos de cada uno, tratar de llegar a una democracia que nos pueda contentar. Aprender de eso también, escuchar las voces de todos, por más que uno tenga un concepto muy fuerte para hacer una bajada de línea. Es muy importante escuchar a los compañeros con los cuales trabajas, las voces de todos, porque son los que tienen que llevar a cabo una idea imaginaria que se quiere plasmar en un concierto.

¿Cómo podrías graficar todo eso en una anécdota, en un momento de creación?

            Puede pasar que en algún concierto, el músico no tiene la mayor lucidez o el director de ese tramo de la noche, porque en cada concierto hay tres o cuatro directores. Tal vez ese director en ese momento no tiene una buena noche, y el grupo lo percibe y lo ayuda al director, y quizás no le da bola en algún comando. Por ejemplo, el hecho de parar o seguir tocando, y el director se da cuenta de eso, y va a dejar que todos tengan más participación en ese momento. Nos puede pasar a todos, porque estamos componiendo en tiempo real y tenemos momentos que estas en blanco. Esta el barco andando, esta todo lindo… pero ¿Adónde vamos? Seguimos con esto, cambiamos de compás, volvemos a una idea anterior… cada segundo es una decisión a tomar.

En esa intuición ¿Cómo juega el público y su intención de asociar al ritmo con el baile? La llegada del ritmo al cuerpo…

Si bien es un espacio de experimentación, lo que buscamos son las formas rítmicas, de las más variadas, que generen movimiento, para mover el esqueleto, eso es algo muy lindo.

Hay una vibración, una conexión con el público…

Es nuestro objetivo, que la gente no esté contemplativa, pasiva, sino que lo sienta. Cuando sentimos que se generó un movimiento, hay un quiebre, el director se da vuelta y le propone al público que participe de alguna manera: con las palmas, con las voces, saltando, haciendo un paso. Eso genera una interacción muy linda, no siendo algo mecánico, sino una interacción más compleja, que a nosotros mismos nos sorprende, la atención y la rapidez para sacar algunos ritmos. Preguntas y respuestas, imitación. Además de nuestro desafío de la expresión física, la amplitud y la presencia escénica, la coordinación en la forma de movernos, armonizarnos en una cosa coreográfica chiquita que sea lindo de ver.


Recuadros

En 2007 el grupo grabo su primer disco “La Bomba de tiempo” en vivo en Niceto Club. En ese mismo año creo una escuela de percusión CERBA (Centro de estudios del ritmo de Buenos Aires). Todos los lunes se presentan en el Centro cultural Konex, en Capital Federal, una costumbre que ha multiplicado el público a lo largo de los años.
La composición en tiempo real a través de la improvisación. El aporte de cada uno de sus integrantes es coordinado  por un director, cuyo lugar es rotativo (hay tres o cuatro directores/músicos en el recital). Una de las características más particulares de La Bomba de Tiempo, es un sistema que incluye más de 100 señas, que son el marco que sostiene la libertad creativa de todos los integrantes del grupo en su distinción personal y musical.
Santiago Vázquez, creador del grupo,  ideó de este sistema de comunicación (basado en la experiencia de Butch Morris, un músico de jazz al que conoció) que permite acentos y matices en el fluir rítmico de La bomba de tiempo.
Lucas Helguero toca el Quinto, y es uno de los directores rotativos