El príncipe mestizo
Descubrir a un músico es un hallazgo que se disfruta, que se socializa a través de la escucha compartida. En ese proceso, Kevin Johansen sale ganando, su música se ha transmitido de boca en boca y ha crecido notoriamente. Conoce su historia en Now!, a través de la entrevista que nos concedió luego de su espectáculo en El Teatro Bar de La Plata
El azar nómade de Kevin Johansen empieza con su nacimiento en Alaska, lugar adonde había ido su padre norteamericano, junto con su mujer argentina, por haberse negado a ir a la guerra de Vietnam. En la película Noches blancas, se dice que existen dos tipos de personas en Alaska: quienes fueron porque huyeron de algo o quienes nacieron ahí. En esa combinación se forja el espíritu inquieto de Kevin. Denver, Arizona y San Francisco formarían parte de su itinerario yanqui, hasta que, en su adolescencia, desembarca en la Argentina, con un paso por Uruguay, en donde empieza a relacionarse con la música.
El descubrimiento de este nuevo rumbo con raíces maternas fue muy importante. “Si bien era niño, sabía que había una conexión fuerte con el país, y a partir de ahí todo se intensificó” recuerda Johansen.
Luego, ¿volvés a Estados Unidos para redescubrir el lugar en donde habías pasado los primeros años de tu vida?
Exactamente. De algún modo me salió, porque me puse de novio con una bailarina argentina que quería ir a estudiar a Nueva York. De paso me sirvió para saber cuánto de mí pertenecía al norte. Fue un flash estar en una ciudad como Nueva York, que la reconoces por las películas, la historia; lo apabullante que es un lugar así. El hecho de sentir que había mucho tano, mucho judío, mucha mezcla, mucho adoquín; una ciudad que se camina muy parecido a Buenos Aires. Después conocí a amigos argentinos que eran superneoyorkinos, estaban superadaptados y eso me hizo sentir muy cómodo. Fue una ciudad muy linda para mí.
¿De qué manera te nutriste del ambiente para formar tu identidad musical?
Tuve la suerte de encontrar una casa artística que fue el CBGB. Encontrar al viejo (Hilly Kristol) que era el dueño de ahí y que vio en mí algo que le llamo la atención.
¿Cómo lo conociste a Kristol?
Tocando en el CBGB, un martes a la noche, en donde nuestro público eran tres amigos y quince personas, y este señor que parecía uno de los ZZ Top, con panza de cerveza, muy alto. Y bueno… me junté con él, y se armó la historia: “foguéate”, “graba acá”, “toca”, “están buenas las canciones”. Era un tipo muy sencillo. Todo eso fue muy bueno para mí. Tener un lugar con historia, un tipo que te contaba cosas de Los Ramones, de cómo los había descubierto, de Blondie, de toda la gente que conoció. Todo contado de una manera muy natural, muy a tierra. Ahí empecé a hacerme músico.
¿Cómo fue tu proceso creativo que absorbía ese multiculturalismo? ¿De qué manera lo expresabas en una canción, en tu forma de ser?
Kristol hacía hincapié en eso. Notaba esa cosa de componer un poco en inglés, un poco en castellano, él me decía que tenía que juntar las cosas, no separarlas, tenía que hermanarme un poco con las dos culturas y que salga lo que salga. De ahí salió “Guacamole” y otras canciones, que tenían esa mezcolanza, esa ensalada cultural que tengo. Además, por suerte, me acompañaron personas que eran de otros países: argentinos arraigados, cubanos, árabes, israelíes, afroamericanos, que también les gustaba la música y me ayudaron a armar el primer pedazo de proyecto que fue The Nada.
La música de Johansen está llena de ingenio y posee la sorpresa del humor que contrasta la tristeza para entenderla mejor; el arco de su voz se tensa y se libera en su bilingüismo. Es extranjero y paisano de muchos lugares. Un mezclador que juega con el argot de su imaginación y sabe que lo más importante, lo que queda, es la canción.
En un mundo, a veces, tan incomunicado, ¿cómo sentís que esa fragmentación se relaciona en los distintos países en los cuales vos tocás?
Creo que evidentemente hay una cosa universal que tiene la música en sí. Como decía el senegalés Youssou N'Dour: “La música es el primer idioma”. Es un comunicador que traspasa todas las barreras de lenguas, de culturas y de códigos que tenemos. También, en un momento del mundo en donde todo está más cerca, a pesar de la tan defenestrada globalización, el aspecto bueno es que nos conocemos más las mañas. Lo notas mucho en Latinoamérica con los chilenos, que nos tienen más cariño; el uruguayo; el colombiano; incluso el brasileño, que tiene otra idioma, pero nos caza más la onda. Miramos para el Sur; antes mirábamos más al Norte o a Europa. Ahora nos pusimos a mirarnos más acentuadamente en los últimos veinte años y tenemos la sensación de saber cuáles son los déficits y las riquezas que poseemos.
Más allá de los localismos, ¿qué cosas son recurrentes en tu forma de sentir la música, en cuanto a los temas que tocas y a las formas del decir?
Pasa por diferentes motivos. Hay diferentes aspectos de la canción: uno de ellos es que me gusta sorprender, romper los moldes de la canción tradicional. También en cuanto a las temáticas, por ejemplo, que no sea un haraquiri del tipo: “me muero sin tu amor”. A mí me gustan los discos de los artistas que admiro cuando hay variedad: temas sobre una cuestión social, sobre una belleza absoluta, uno más rockero, otro que te ablande. Pero bueno comunicar las cosas no es fácil. A veces las encontrás, a veces no. Es un andar disco a disco.
¿Qué mirada tenés sobre tu música en el futuro?
No sé… Tengo la esperanza de que algunas canciones perduren en el tiempo, que lo que uno hace sea paulatinamente popular. Tengo una fantasía muy sencilla: la del cancionista que sueña con que el kiosquero, la señora que barre la vereda o el pibe que va a jugar al fútbol silben una melodía de él. Contar algo que llame la atención, que abra la cabeza, que dé placer y curiosidad. A mí me pasa con una canción también; de repente una frasecita sola te pega, y vos pensás: “Ah ¿por qué pusieron esto?”, y entonces lo averiguas. Es como un gancho; vos sos el pez que por la boca muere con una canción. Eso es divino cuando te pasa con otra gente.
Kevin and Liniers
Kevin Johansen interactúa en sus espectáculos con el dibujante Ricardo Siri, más conocido como “Liniers”. Johansen toca, y Liniers ilustra el tema sobre un papel que el público ve a través de una pantalla y también se anima a tocar la guitarra y a cantar.
“Liniers es un tipo que viene de otra disciplina. Nos disfrutamos mucho. Lo nuestro se dio, de algún modo, como el libro que hicimos juntos: Oops!, tan involuntario como un estornudo. Como dos pibes en la plaza: — ¿Querés jugar en el arenero?— ¡Dale! Creo que la gente lo disfruta mucho por eso también, porque se nota que hay una química muy simple, de amigos.”
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