El futuro del bandoneón
La curiosidad de un niño es un camino con infinitas posibilidades. El origen de un gran hombre está, en parte, en la semilla que se planta en su niñez. Remontémonos a un invierno lejano en la ciudad de Azul, cuando el pequeño Juan Pablo Fredes se agarra un enfriamiento. Su madre lo lleva al doctor Ferro, quien, en su consultorio, tiene una pipa inglesa que llama la atención del niño.
“Me quedé con los ojos clavados en la pipa y le pregunté: –¿Quiere que le haga una? –Mi vieja me quería matar, pero yo continué–: Yo le voy a hacer un dibujito y voy a tratar de hacer una”. “A los dos meses, empecé a juntar raíces de rosas y averigüé que la boquilla se hacía con cuerno de toro. Con una lima vieja y con una morsa que había en la casa de un vecino, más la goma laca para lustrarla que me prestaron en una carpintería cerca de casa, hice una pipa”.
También, gracias a su habilidad, podía hacerles autitos de carrera y camiones, a sus compañeros del Colegio Nacional de Azul; gente de campo y mucha plata, pero sin habilidad en las manos para sacar de un eucalipto una réplica del auto de Fangio, marca Alfeta, un hecho que era muy valorado por sus camaradas.
Juan Pablo estudia bandoneón desde los 8 años. Su padre era albañil, y el bandoneón siempre fue un instrumento muy caro para un obrero, pero con mucho esfuerzo le compró uno antiguo y lo hizo arreglar.
“Cuando lo quise tocar, las manos no me llegaban a las notas finales. En ese momento, pensé que algún día iba a hacer un instrumento para los chicos”.
Aquel pensamiento de la infancia sería un horizonte en los sueños de Fredes. En el recorrido de ese proyecto, vino a estudiar a La Plata y, en seguida, buscó la forma de pagarse los estudios. Un día encontró un aviso en el diario, y así ingresó en la Orquesta de Horacio Del Bueno.
“En la época de la orquesta de Del Bueno, el tango estaba de moda. Los viernes, sábados y domingos teníamos bailes; el lunes también tocábamos en Radio Provincia. Allí toqué cuatro años hasta que después me recibí de contador. Nunca dejé del todo al bandoneón, pero me casé, tuve cinco hijos y había que parar la olla”.
Sobre el bandoneón
El origen del bandoneón es muy discutido. Para algunos, el creador fue Heinrich Band, de quien deriva el nombre del instrumento Para otros fue Carl Zimmermann, quien se basó en la concertina (instrumento antecesor), creada por Carl Friedrich Uhlig.
El instrumento se comenzó a fabricar en Alemania de forma industrial a mediados del siglo XIX. Allí surgen los famosos bandoneones de marca ELA (Ernst Louis Arnold) y AA (de su hijo Alfred Arnold). Con la Segunda Guerra Mundial, se detuvo la fabricación en serie del instrumento.
En cuanto a su llegada a la Argentina, la controversia no es menor. Algunos dicen que un hijo de Heinrich Band vino al país cerca de 1870, y tocó y dio sus primeras lecciones en el centro porteño. Fredes aporta otros datos:
“He leído a algunos investigadores históricos –comenta Fredes– que dicen que en la Guerra del Paraguay había un señor, De la Cruz, que tocaba el bandoneón entre las trincheras. Otra historia, dicha por Piazzolla, es que apareció abandonado en una fonda cuando un inmigrante lo cambió por una botella de whisky”.
Luego, su importación hacia la Argentina fue muy relevante y los pedidos se multiplicaron.
“Hay un antes y un después en la historia del bandoneón. Cuando este instrumento empieza a tener éxito y, por tanto, una gran demanda, la fábrica trabajaba, en un mayor porcentaje, para Buenos Aires. La mayor cantidad de bandoneones aún sigue estando en la Argentina”.
Según una definición de Enrique Fazzuolo: “El bandoneón es un sintetizador del siglo XIX”.
El proceso para descifrar el bandoneón.
“Los primeros días en el taller empezaron cuando me jubilé de Tribunales. Yo fui el administrador de Tribunales durante 29 años y les dije a los jueces: cuando cumpla 60, me retiro porque tengo que hacer otro trabajo. Me decían que estaba loco”.
Fue entonces cuando aprovechó el tiempo libre y se puso a estudiar. Había que empezar de nuevo: física, matemáticas, idiomas y mucho más. Empezó de oyente en la Facultad de Bellas Artes y, en bicicleta con su mochila a cuesta, se entremezclaba con los estudiantes. Juan Pablo preguntaba, anotaba e iba a la biblioteca. En las aulas, conoció a Gustavo Basso, profesor de la UNLP. Basso es un ingeniero especialista en acústica –realizador de la acústica del Teatro Colón que comparte la pasión por el bandoneón y fue quien lo ayudó a analizar el sonido del instrumento.
La búsqueda del conocimiento lo llevó a recurrir al CONICET y a la Comisión Nacional de Energía Atómica.
“Después de tres estudios me confirmaron que el material era zinc en estado de pureza. Se determinó que las lengüetas, una de las partes más importantes, eran de acero 1090 al carbono. También hubo investigaciones sobre cartones, cueros, maderas y resortes de acero inoxidables”.
Luego el ingeniero Carlos Llorente, profesor de Metalúrgica de la UNLP y uno de los mayores conocedores de la materia en el país, le brindó información sobre las lengüetas y de cómo había que trabajarlas. La tornería Marconi lo ayudó con máquinas remachadoras; el ebanista Marcelo Ruggeri hizo las primeras cajas de los bandoneones; pero lo fundamental fue la incorporación de su hijo Germán y de su compañera, Andrea.
“Mi hijo hizo un curso de afinación con Enrique Fazzuolo, que fue el único que nos quiso decir cómo se hacían. Porque generalmente los lutiers no quieren decir nada a nadie; es todo misterioso. Germán hace la afinación y el ajuste final de los instrumentos, y Andrea hace los fuelles. Los esquineros que son de alpaca se hacen con matrices, ya que tenemos las herramientas especiales para colocarlos”.
Después tiene que aparecer la magia de la música… Es como el motor de una Ferrari de Fórmula 1, cuyo sonido resuena hasta encontrar la recepción de aquél oído justo.
“Lo más difícil es el sonido, porque sin una limadura precisa en el lugar justo, el instrumento no suena. Tiene que tener un hermetismo muy bueno, las válvulas de cuero tienen que estar bien puestas. Todo tiene que estar perfecto”.
“Pero además, hay que trabajar con alegría y amor. Cuando uno se equivoca hay que reírse. Siempre recomiendo la película “Zorba, el griego”. Zorba hace un puente de madera, del que las autoridades se enamoran. Pero cuando pasa un carrito el puente empieza a derrumbarse. Todos están preocupados, y Anthony Quinn, quien interpreta al protagonista, dice: ‘¡Nunca he visto un puente caerse con tanta elegancia!’. Finalmente, todos se ponen a cantar y a bailar. Después hacen un puente nuevo que no se cae. Acá tengo la estantería llena de errores, pero al buscarlos salen las soluciones”.
Salvando al fueye. La construcción de los pequeños bandoneones.
Una de las preocupaciones de Fredes sobre el futuro del bandoneón en nuestro país radica en que, actualmente, están en desuso o son vendidos al extranjero, a pesar de que existe una ley, tardía y poco práctica, que los ampara contra la fuga del país y estimula su conservación, construcción y difusión.
“La única posibilidad de que este instrumento siga con vida es a partir de tres cuestiones: 1) la educación oficial en conservatorios oficiales, porque prácticamente no existe, salvo en algunos lugares de Buenos Aires; 2) la enseñanza, que implica la formación de profesores, sino ¿cómo se estudia bandoneón?; y 3) la construcción de instrumentos, cuestión fundamental, dada la falta de ellos. Entonces nosotros estamos colaborando en el segmento de la construcción de los bandoneones”.
Los F.F (Fueyes Fredes) tienen como objetivo que los niños puedan aprovechar esa etapa ideal para vincularse con el conocimiento del instrumento y que su costo sea asequible para todos los que quieran aprender. Juan Pablo Fredes no busca beneficio personal más que el hacer un gran aporte a la cultura nacional.
“Nuestro objetivo es hacer buenos bandoneones para que el niño pueda estudiar. Después estamos desarrollando el bandoneón normal, el que ustedes conocen, y otro que tiene más notas, llamado bandoneón de concierto. Pero éstos últimos son segunda y tercera prioridad. La prioridad absoluta son los bandoneoncitos”.
“La vinculación de los chicos con el bandoneón se hace a través de los abuelos. Siempre está el abuelo que tocó el bandoneón y que guardó el aparato en algún lado. El padre un día lo encuentra, le saca la tierra y dice: “¿Esto qué es?”.
En la Argentina, el bandoneón es un misterio del tango. Una voz cuyo eco se resiste a ser silenciado con el paso del tiempo. En el mágico taller de Juan Pablo Fredes la rebeldía de su espíritu sigue soñando bandoneones para el futuro.
Notas extras
· Las dos réplicas de la Copa Intercontinental ganada por Estudiantes de La Plata en 1968, fueron realizadas por Fredes.
· Durante la presentación del primer bandoneón de Fredes, llevada a cabo en Ciudad Autónoma a fines del 2006, se generó el contacto con Rodolfo Uhlig, descendiente del creador de la concertina. En octubre pasado, Uhlig visitó el taller de Fredes con el objetivo de ofrecerle los planos originales, para encargarle una réplica del instrumento.
hola, como puedo contactarme con Juan Pablo Fredes? Me interesa lo que esta haciendo, luego de leer esta nota. Gracias
ResponderEliminarHola, en el Facebook tienen un perfil: Clases de bandoneón. El mail de su hijo, Germán, es fueyesfredes@gmail.com. Saludos!
ResponderEliminarPD: ¿cómo llegaste a la nota?